El arquitecto Joaquín Rucoba nace en Laredo el 13 de enero de 1844 y lo hace prácticamente al mismo tiempo que la Revolución Industrial, unas palabras con mayúsculas que supusieron un cambio también mayúsculo en la historia de la humanidad. Todo se transformaba a la velocidad de la máquina de vapor: los materiales, las tecnologías, el conocimiento, el arte y sobre todo la sociedad.
En esa transformación global conviven diferentes pensamientos, los ideales del romanticismo y la evocación ideal de épocas anteriores se mezclan con la filosofía del progreso y la experimentación.
Llegan importantes innovaciones, en el campo de la construcción destacan: la incorporación del hierro como material de construcción y la producción seriada y estandarizada de los materiales. Sin duda, el conocimiento avanza a gran velocidad, y la arquitectura requiere de una mayor cualificación técnica y tecnológica.
Joaquín Rucoba es de esas primeras generaciones de arquitectos que además de artistas son también grandes técnicos. Desde la conclusión de su carrera universitaria en Madrid comienza un viaje por la península Ibérica que le llevará de norte a sur combinando la docencia, las labores como arquitecto municipal y el ejercicio libre de la profesión.
Exquisitez, tenacidad y funcionalidad son las claves de su arquitectura. Tras un año como maestro en la Escuela de Maestros de Obras de Bergara en Gipuzkoa se traslada a Málaga como arquitecto municipal. Esta ciudad es clave en su carrera ya que le permite una gran experimentación en la ciudad, el patrimonio construido y los diferentes estilos arquitectónicos, estos tres elementos estarán presentes en toda su obra.
Entre sus trabajos destacan la redacción de las “Ordenanzas Municipales de la Ciudad de Málaga”, el Paseo de La Alameda, el Paseo del Parque y el diseño previo de la céntrica calle Larios. También se encarga de la rehabilitación del Mercado de Alfonso XII o de las Atarazanas (1873) y del diseño de la Plaza de toros de la Malagueta (1874-1876). A estos proyectos le siguen muchos otros de vivienda y equipamientos como el Asilo de Santa Marta y Casa de Maternidad.
Tras esta excelente trayectoria se traslada a Bilbao como arquitecto municipal donde desarrolla un gran número de proyectos entre los que destacan el Ayuntamiento de Bilbao (1883 -1892), el Circo Teatro de Gran Vía (1883-1885 hoy desaparecido) y el Teatro Arriaga (1885 – 1890).
Poco después se traslada a Madrid y finalmente a Santander, el punto de origen del viaje. Allí es nombrado Arquitecto Diocesano del Obispado de Santander y se encargará de la realización de la fachada del Convento de las Salesas.
Sin embargo, su aportación menos conocida pero no menos relevante la llevó a cabo desde el Colegio de Arquitectos. Ésta consistió en impulsar la definición de unos estándares básicos para los proyectos de arquitectura con el fin de garantizar la calidad del proyecto, la profesionalidad del arquitecto, y por lo tanto, la calidad de los servicios de arquitectura.
Su pasión por la arquitectura y su sensibilidad artística nos han dejado un conjunto arquitectónico excelente que se extiende de norte a sur de la península Ibérica.